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La caída de Dina y el outsider

Sucedió lo inevitable. Dina Boluarte fue vacada por el Congreso con una votación abrumadora: 122 de 130 parlamentarios decidieron su futuro y pusieron punto final a un gobierno que nació débil y terminó en escombros bajo su propio peso. La acusación: “incapacidad moral permanente”, la misma frase del epitafio político de los últimos presidentes del Perú. ¡La caída de Dina y el outsider!

Más allá de la legalidad, lo que explica esta caída es un tema político y comunicacional de fondo: la distancia que separa al poder y la gente. Cuando un gobierno se aleja de la ciudadanía y, al mismo tiempo, se queda sin aliados políticos y prensa, su destino queda sellado. Boluarte gobernó con el 90% de desaprobación, sin partido, sin bancada y sin base militante que la defienda.  

El detonante fue la inseguridad ciudadana. La población vive con miedo y siente que el Estado ya no controla las calles. La escena de un ataque armado en pleno concierto de Agua Marina se convirtió en símbolo del desborde, el golpe final a la legitimidad de un gobierno que ya caminaba sobre el precipicio. A ello se sumó la protesta de transportistas extorsionados, ante la cual el Ejecutivo respondió con la misma receta: una mesa de diálogo para después. 

Dina Boluarte terminó prisionera de un síndrome común en los políticos: la soberbia del poder, o lo que los psicólogos llaman el “síndrome de Hubrys”. Esa ilusión de omnipotencia que lleva a muchos gobernantes a creer que su palabra es incuestionable y que su permanencia es eterna.  

Hoy, los peruanos vieron juramentar a José Jeri, de Somos Perú, como nuevo Presidente Constitucional. Con él sumamos siete mandatarios en siete años. Un récord que retrata la fragilidad institucional del Perú.  

¿Será Jeri el último presidente antes de las elecciones del 2026? Todo indica que la respuesta la dará un pueblo cansado de improvisaciones, traiciones y promesas vacías. Si algo ha demostrado la historia reciente es que cada crisis política en el Perú abre la puerta al surgimiento de un outsider, alguien que, desde fuera del sistema, capitaliza el hartazgo de la gente. 

Y, quizás eso es lo que se viene: una nueva figura, carismática o disruptiva, que prometa otra vez “refundar” el país para conectar con el hartazgo ciudadano. ¡La caída de Dina y el outsider!

Domingo, 12 de octubre del 2025
Diario Correo

Es Mario, no Martín Vizcarra

Es Mario, no Martín Vizcarra  

Los apellidos en política no solo cargan historias sino también despiertan emociones, recuerdos y, muchas veces, confusión. El caso del “hermano de Martín Vizcarra” que aparece en las encuestas de intención de voto es un ejemplo de cómo las emociones pueden tener más impacto que la razón. Según Ipsos Perú, “M. Vizcarra” figura en el tercer lugar con un 7% de preferencia, al igual que Keiko Fujimori. El detalle es que detrás de esa “M.” no está el expresidente, sino su hermano Mario. 

¿Es una estrategia de manipulación electoral? Es difícil asegurarlo, pero resulta evidente que alguien está intentando capitalizar un apellido con carga simbólica. Martín Vizcarra dejó una huella emocional en el electorado la del político que cerró en Congreso para luego ser destituido y procesado judicialmente. Su reciente ingreso y salida de prisión preventiva despertaron el interés de la gente para convertirlo en “víctima política”.  

El elector tiende a recordar rostros y nombres más que propuestas. Cuando un apellido se convierte en marca política, basta con reactivarlo en el momento adecuado para generar simpatías o rechazos automáticos. Pero esa estrategia puede ser un arma de doble filo: el mismo apellido que hoy atrae, mañana puede repeler. 

Sin embargo, sería un error leer estas encuestas como un anticipo de lo que ocurrirá en las urnas. Aún faltan siete meses para las elecciones del 2026, y los niveles de indecisión, voto en blanco y abstención son una realidad que indica que nada está definido. 

Lo que sí es claro es que los políticos tradicionales parecen ignorar a la nueva fuerza electoral de los jóvenes. Según el RENIEC, de los 27 millones de electores habilitados, más de 12 millones tienen menos de 40 años, y de ellos, 6 millones son menores de 29. Este segmento no se informa por los canales tradicionales ni se deja llevar fácilmente por apellidos familiares. Se comunica de manera diferente, cuestiona más y reacciona a la autenticidad. 

En este nuevo escenario, quienes apuesten por el juego de la confusión podrían encontrarse con un voto joven que no perdona la manipulación. En tiempos donde la política se mezcla con la desinformación y el espectáculo, el desafío no es repetir apellidos conocidos, sino reconstruir la confianza ciudadana.

Domingo, 4 de octubre del 2025
Diario Correo  

El fantasma de la desconfianza 

La última encuesta de la empresa encuestadora Datum revela un dato que llama la atención. El 84% de los peruanos no confía en los candidatos presidenciales que se perfilan para elecciones generales del 2026. En otras palabras, solo dos de cada diez electores otorgan un mínimo de confianza a quienes quieren gobernar el país. Los datos muestran un reflejo de un abismo profundo entre ciudadanía y clase política. ¡El fantasma de la desconfianza!

La desconfianza se ha convertido en el fantasma que recorre en proceso electoral. No es una novedad que los partidos en el Perú están debilitados, atomizados y muchas veces reducidos a vehículos de candidaturas personales. Pero lo que sí debería preocupar a cualquier aspirante al poder es que la política ya no solo se enfrenta a sus adversarios, sino también al escepticismo de la gente.  

En las elecciones del 2021, más de 25 millones de peruanos estaban habilitados para votar, pero más de 7 millones prefirieron no hacerlo. Y, de los que sí acudieron, más de 3 millones optaron por anular o dejar en blanco su voto. Es decir, cerca de 10 millones de peruanos decidieron no respaldar a alguna candidatura presidencial.  

El ausentismo y los votos nulos o blancos son la expresión más clara de esa desconfianza ciudadana que aparece como apatía política. No es que a la gente “le dé igual” la política o que no necesita del Estado; es muy posible que los que hacen política no les ofrece razones para confiar en ellos.   

Los candidatos del 2026 tendrán un enorme reto. No basta con discursos incendiarios o promesas de campaña que cada cierto tiempo son las mismas. Recuperar la confianza requiere un esfuerzo de comunicación, transparencia y cercanía. Implica hablarle a ese electorado que ya no se emociona con la forma tradicional de hacer política.  

Si los políticos insisten solo en atacar a sus adversarios, pintar paredes, publicar trivialidades en tiktok, organizar pasacalles o mítines con gente ya convencida podrían dejar pasar por alto a un adversario oculto: el fantasma de la desconfianza ciudadana.

Domingo, 28 de setiembre del 2025
Diario Correo

Quien marca la agenda, marca el poder    

Quien marca la agenda, marca el poder

En los hechos políticos, muchas veces lo más importante no es lo que ocurre, sino la percepción de la gente. Y, esa percepción se construye en gran medida desde la agenda pública o política. No es casualidad que el gobierno de Dina Boluarte, que tiene más de 90% en desaprobación, decidió promulgar en cuestión de horas la ley que permite el retiro de hasta 4 UIT de los fondos de pensiones de las AFP.  ¡Quien marca la agenda, marca el poder!

El gesto político, en apariencia de última hora, no solo apunta al bolsillo de millones de ciudadanos, sino que también busca tomar la delantera en la narrativa política, adelantándose a opositores y medios de comunicación que ya informaban protestas en la calle. 

La jugada política evidencia que controlar la agenda pública es un salvavidas momentáneo. El parlamento ya había dado luz verde a la medida, y la población que en su mayoría ni siquiera tiene fondos en el sistema privado de pensiones observó con distancia o indiferencia. Aun así, el gobierno entendió que, si no ponía un tema sobre la mesa, sus adversarios lo harían, y con mucho más filo. 

Con el triunfo de Pedro Castillo en el 2021, ni él ni su partido Perú Libre lograron controlar la agenda política ni mediática. La narrativa de cambios profundos que los llevó al poder se diluyó en acusaciones de corrupción, escándalos y pugnas de poder. No comprendieron que, en un país desconfiado y polarizado, la ausencia de una agenda clara es un error fatal. El vacío llenó congresistas, opositores y, por supuesto, los medios.  

Los políticos profesionales, curtidos en batallas partidarias, conocen la importancia de la agenda política. Saben que quien logra marcar la agenda no solo ordena el debate, sino que también se comunica con la opinión pública. Y, aunque los medios tradicionales ya no tienen la hegemonía mediática, siguen aun fuertes, más las redes sociales multiplican los canales para difundir mensajes oficiales o extraoficiales. Allí, una noticia se convierte en tendencia en cuestión de minutos.  

En última instancia, la estabilidad de cualquier gobierno sea distrital, regional o nacional depende de su capacidad para proyectar un mensaje central y constante. Si ese mensaje no existe, o si queda sepultado bajo los temas impuestos por adversarios, el costo político puede ser la vacancia o la irrelevancia. ¡Quien marca la agenda, marca el poder!

Domingo, 21 de setiembre del 2025
Diario Correo

La resistencia política del peronismo