Los movimientos regionales continúan con vida

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El reciente intento del Congreso por eliminar los movimientos regionales nos recuerda que, en política, como en el mercado, las restricciones artificiales suelen tener consecuencias imprevistas. Aunque algunos parlamentarios buscaron fortalecer a sus partidos tradicionales eliminando a sus competidores regionales, los resultados de este fallido proyecto legislativo demuestran lo contrario: no solo fracasaron en su intento, sino que terminaron fortaleciendo a otras fuerzas políticas emergentes. ¡Los movimientos regionales continúan con vida!

La lógica detrás de esta medida era clara, aunque cuestionable. Según sus promotores, los movimientos regionales debilitan a los partidos nacionales. Sin embargo, la realidad se encargó de desmentirlos. Ante la amenaza de exclusión, los líderes regionales, lejos de ceder, buscaron alianzas con partidos nacionales menos tradicionales como las de Martín Vizcarra o Rafael López Aliaga. Este fenómeno evidenció un hecho que el Congreso prefirió ignorar: los movimientos regionales no son el problema, sino el síntoma de una política nacional que ha perdido legitimidad.

Como bien señalaba Maquiavelo, quien intenta ayudar a su adversario sin un plan claro puede terminar cavando su propia tumba. Al intentar debilitar a los movimientos regionales, el Congreso dejó en evidencia su desconexión con el electorado. En lugar de promover una verdadera competencia política, los parlamentarios intentaron imponer restricciones, olvidando que, como en el mercado, son los «consumidores» —en este caso, los electores— quienes deberían decidir qué opciones sobreviven y cuáles desaparecen.

Limitar la oferta electoral restringe el derecho de los ciudadanos a elegir. En una democracia, la diversidad de opciones es esencial no solo para garantizar la representación, sino también para fomentar la mejora continua del sistema político. Así como en el mercado los productos de baja calidad tienden a desaparecer cuando los consumidores dejan de comprarlos, en política los malos líderes y partidos deberían ser rechazados por el voto popular, no eliminados por decreto.

Este intento fallido del Congreso no solo reafirma la importancia de los movimientos regionales en la política peruana, sino que también nos invita a reflexionar sobre el rol de la competencia en la consolidación democrática.

La solución no está en reducir la competencia, sino en elevar la calidad de la oferta. Al final, como en cualquier mercado, es el consumidor quien tiene la última palabra. ¡Los movimientos regionales continúan con vida!

Domingo, 24 de noviembre del 2024

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