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El voto rebelde desafía las encuestas

En nuestro país, en los últimos procesos electorales aparece una constante que se repite coincidentemente: los candidatos que lideran las encuestas, a pocos meses de las elecciones, casi nunca ganan. En las elecciones del 2021, George Forsyth, el exarquero convertido en político lideró por algún tiempo las preferencias, luego se desinfló estrepitosamente. Lo mismo ocurrió con Yonhy Lescano, cuya campaña parecía encaminada al triunfo, pero resultó todo lo contrario.

El triunfador fue un hombre que hasta entonces parecía irrelevante y pintoresco para el electorado, Pedro Castillo ganó por un estrecho margen. ¿Las encuestas se equivocaron? ¿Manipulación mediática? ¿Un electorado inestable e impredecible? Son varias interrogantes que merecen análisis en la opinión pública.

Una posible explicación y cómoda para los analistas políticos es que las encuestas no predicen el futuro. Son herramientas que sirven para tener una lectura del presente, detectar tendencias y ajustar la estrategia. Si los políticos quieren adivinar el futuro les resultaría menos costoso consultar en un advino para que le lea las cartas.

En un análisis académico, hay un fenómeno social que sigue desconcertando a muchos: el efecto «underdog», esa inclinación por el candidato o agrupación política que va abajo en las encuestas, como si el electorado peruano, hastiado de la clase política tradicional, encontrara una especie de alivio emocional al rebelarse en contra de los favoritos.

Y, quizás no es casualidad que muchos de los que lideraron las encuestas terminaran derrotados. Alejandro Toledo en 2011, Keiko Fujimori en 2016 y 2021, y recientemente Forsyth y Lescano. Todos ellos representaron, en su momento, una supuesta opción segura o una cara nueva.

Sin embargo, la seguridad o una cara nueva rara vez seduce a un país en constante crisis política y económica. Pareciera que en el Perú es lo inesperado, lo que nadie vio venir a un votante silencioso, desconfiado, que decide en los últimos días y lo hace en contra de las tendencias motivado por su malestar, su hartazgo y su rabia contenida.

Domingo, 25 de junio del 2025
Diario Correo

El músculo político de Dina Boluarte

La presidenta Dina Boluarte tiene un récord que ningún mandatario desearía tener los niveles de desaprobación tan altos que, en algunas regiones, podrían tener cero por ciento, si se considera los márgenes de error. Y, a pesar de todo, continua al frente del poder Ejecutivo. En un país donde el entusiasmo político se evapora más rápido que una promesa de campaña, su permanencia resulta todo un análisis político.

¿Cómo se explica que una presidenta tan impopular, con cinco denuncias constitucionales, sin partido político y sin bancada parlamentaria, continúe en funciones? Hay varias respuestas, por ahora, me referiré a una de ellas: el músculo político. Si no tienes musculo político o una organización política, puedes remplazarla por acuerdos pragmáticos y alianzas pasajeras con parlamentarios que apuestan más por la supervivencia política y económica en lugar de una visión de país.

Diana Boluarte llegó a gobernar sin una estructura propia ya que formó parte de una fórmula presidencial que hoy apenas es un recuerdo incómodo. En medio del terreno tenebroso de la política, ha logrado sostenerse gracias a pactos con partidos que encontraron en el Ejecutivo una fuente de influencia política, cargos o poder momentáneo. Sin embargo, gobernar así, sin base popular ni respaldo orgánico, es como caminar al borde de un abismo político.

El músculo político no se improvisa. Se construye con estructura partidaria, presencia territorial, liderazgo claro y, sobre todo, conexión con la ciudadanía. No se trata solo de tener escaños en el Congreso, sino de generar una red de apoyo social capaz de sostener decisiones impopulares, impulsar reformas y resistir embates mediáticos. Eso, justamente, es lo que falta al actual gobierno.

Gobernar no es solo ostentar el cargo, implica tener músculo político o fuerza para ejercer con legitimidad. Y, en democracia, esa fuerza no proviene de acuerdos debajo de la mesa, sino del respaldo ciudadano y de una organización que permita proyectar estabilidad. El Perú, necesita líderes con músculo político real. No figuras solitarias que se aferran al poder a toda costa, sino líderes que puedan movilizar, inspirar y reconstruir las grietas entre el Estado y la población.

Domingo, 18 de mayo del 2025
Diario Correo

No es odio, es olvido

En el Perú no odiamos a nuestros políticos, simplemente olvidamos sus acciones. En un país donde la indignación se diluye tan rápido como se viraliza un meme, el verdadero problema no es la corrupción, la mentira o el oportunismo político, sino la corta memoria colectiva que normaliza estados de ánimo. La ciudadanía no es indiferente por falta de información, sino por exceso de ella y carencia de conciencia crítica.

Tenemos una sobrecarga de información sin precedentes. Las redes sociales han convertido al teléfono móvil en una extensión de nuestro cuerpo. Conscientes de los escándalos, memes, audios filtrados y titulares escandalosos, muchos peruanos creen estar “informados”, cuando en realidad solo están distraídos. La conciencia política ha sido reemplazada por la inmediatez emocional.

Una reciente encuesta de IPSOS Perú muestra un dato revelador: el 59% de los encuestados considera que Pedro Castillo fue víctima de un golpe de Estado y responsabiliza al Congreso. ¿Memoria selectiva? ¿Ignorancia deliberada? Quizás simplemente es una forma de procesar una realidad política tan caótica que resulta más cómodo construir narrativas de victimización política.

En el Perú, el pasado político no pesa. Ni los errores, ni los delitos, ni las traiciones impiden que un político vuelva al poder o que su apellido regrese a gobernar. Manuel Prado Ugarteche, por ejemplo, fue presidente en dos ocasiones pese a que su padre, Mariano Ignacio Prado, arrastraba una sombra histórica de corrupción en plena guerra con Chile. ¿Amnesia social o constante política?

Así, los políticos peruanos no temen al juicio ciudadano, porque saben que este dura lo que dura una tendencia en redes. No necesitan redimirse; basta con esperar. La desmemoria hace el resto. La indignación se diluye, el escándalo se supera, y el siguiente ciclo electoral abre nuevamente las puertas al reciclaje de candidatos en otro partido como vientre de alquiler.

¿Es culpa de la gente? En parte sí. Pero también es consecuencia de una educación política precaria y una cultura cívica histórica que nunca se terminó de construir. No es odio. Es olvido. Y en el olvido florece la impunidad.

Domingo, 11 de mayo del 2025
Diario Correo

La política como negocio 

El 2026, será un año electoral para el Perú donde habrá elecciones presidenciales, regionales y municipales, con miles de candidatos que competirán por un cargo y 43 agrupaciones políticas intentando obtener un pedazo del poder. Pero detrás del rito democrático se esconde una realidad: la política, en nuestro país, ha dejado de ser un proyecto colectivo e ideológico y se ha transformado en un negocio rentable. ¡La política como negocio!

Charles de Gaulle, ese viejo zorro de la política francesa, decía con ironía que “para convertirse en el amo, el político se hace pasar por sirviente”. En el Perú, muchos ni siquiera se toman la molestia de disimular. La proliferación de partidos políticos, 43 inscritos de los cuales 30 habrían presentado firmas falsas, revela el rostro de una crisis de fondo: la política como negocio. 

Lo que alguna vez fueron organizaciones con ideología, bases militantes y vocación de largo plazo, hoy se han convertido en negocios electorales. Algunas nacen solo para las elecciones; otras, para cumplir favores o lavar reputaciones. Y todas, o casi todas, se aprovechan de un sistema que subsidia su existencia sin exigirles rendición de cuentas. Basta recordar las más de cinco mil firmas presuntamente falsas vinculadas al partido de Martín Vizcarra para ilustrar el descaro con que se maneja la política actual. 

¿Y el ciudadano? Es un espectador distraído mientras trabaja por su propia cuenta, consume política como entretenimiento en redes sociales, sin capacidad para discernir entre lo auténtico y oportunista. En ese ecosistema fragmentado, los políticos improvisados venden promesas a medida, al mejor estilo de un catálogo de temporada. 

El Estado, por su parte, no ha hecho más que ampliar el pastel. Hoy, un cargo público es también una puerta a jugosos presupuestos regionales o municipales. La tentación de postular no está motivada por la vocación de servicio, sino por la oportunidad de acceder a un botín administrado con escasa vigilancia. Como todo buen negocio, lo importante es estar en el momento justo, con la oferta adecuada, mientras el cliente, el votante, sigue distraído. 

Los peruanos tienen doble desafío. Por un lado, urge una reforma política que exija verdaderas credenciales democráticas para los partidos. Por otro, necesitamos ciudadanos más críticos, más informados y menos conformes con la política del mínimo esfuerzo. Porque si seguimos tratando la política como una tienda de conveniencia, no nos quejemos si los que llegan al poder actúan como dueños del negocio.

Domingo, 4 de mayo del 2025
Diario Correo

Los jóvenes quieren ir rápido