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El músculo político de Dina Boluarte

La presidenta Dina Boluarte tiene un récord que ningún mandatario desearía tener los niveles de desaprobación tan altos que, en algunas regiones, podrían tener cero por ciento, si se considera los márgenes de error. Y, a pesar de todo, continua al frente del poder Ejecutivo. En un país donde el entusiasmo político se evapora más rápido que una promesa de campaña, su permanencia resulta todo un análisis político.

¿Cómo se explica que una presidenta tan impopular, con cinco denuncias constitucionales, sin partido político y sin bancada parlamentaria, continúe en funciones? Hay varias respuestas, por ahora, me referiré a una de ellas: el músculo político. Si no tienes musculo político o una organización política, puedes remplazarla por acuerdos pragmáticos y alianzas pasajeras con parlamentarios que apuestan más por la supervivencia política y económica en lugar de una visión de país.

Diana Boluarte llegó a gobernar sin una estructura propia ya que formó parte de una fórmula presidencial que hoy apenas es un recuerdo incómodo. En medio del terreno tenebroso de la política, ha logrado sostenerse gracias a pactos con partidos que encontraron en el Ejecutivo una fuente de influencia política, cargos o poder momentáneo. Sin embargo, gobernar así, sin base popular ni respaldo orgánico, es como caminar al borde de un abismo político.

El músculo político no se improvisa. Se construye con estructura partidaria, presencia territorial, liderazgo claro y, sobre todo, conexión con la ciudadanía. No se trata solo de tener escaños en el Congreso, sino de generar una red de apoyo social capaz de sostener decisiones impopulares, impulsar reformas y resistir embates mediáticos. Eso, justamente, es lo que falta al actual gobierno.

Gobernar no es solo ostentar el cargo, implica tener músculo político o fuerza para ejercer con legitimidad. Y, en democracia, esa fuerza no proviene de acuerdos debajo de la mesa, sino del respaldo ciudadano y de una organización que permita proyectar estabilidad. El Perú, necesita líderes con músculo político real. No figuras solitarias que se aferran al poder a toda costa, sino líderes que puedan movilizar, inspirar y reconstruir las grietas entre el Estado y la población.

Domingo, 18 de mayo del 2025
Diario Correo

No es odio, es olvido

En el Perú no odiamos a nuestros políticos, simplemente olvidamos sus acciones. En un país donde la indignación se diluye tan rápido como se viraliza un meme, el verdadero problema no es la corrupción, la mentira o el oportunismo político, sino la corta memoria colectiva que normaliza estados de ánimo. La ciudadanía no es indiferente por falta de información, sino por exceso de ella y carencia de conciencia crítica.

Tenemos una sobrecarga de información sin precedentes. Las redes sociales han convertido al teléfono móvil en una extensión de nuestro cuerpo. Conscientes de los escándalos, memes, audios filtrados y titulares escandalosos, muchos peruanos creen estar “informados”, cuando en realidad solo están distraídos. La conciencia política ha sido reemplazada por la inmediatez emocional.

Una reciente encuesta de IPSOS Perú muestra un dato revelador: el 59% de los encuestados considera que Pedro Castillo fue víctima de un golpe de Estado y responsabiliza al Congreso. ¿Memoria selectiva? ¿Ignorancia deliberada? Quizás simplemente es una forma de procesar una realidad política tan caótica que resulta más cómodo construir narrativas de victimización política.

En el Perú, el pasado político no pesa. Ni los errores, ni los delitos, ni las traiciones impiden que un político vuelva al poder o que su apellido regrese a gobernar. Manuel Prado Ugarteche, por ejemplo, fue presidente en dos ocasiones pese a que su padre, Mariano Ignacio Prado, arrastraba una sombra histórica de corrupción en plena guerra con Chile. ¿Amnesia social o constante política?

Así, los políticos peruanos no temen al juicio ciudadano, porque saben que este dura lo que dura una tendencia en redes. No necesitan redimirse; basta con esperar. La desmemoria hace el resto. La indignación se diluye, el escándalo se supera, y el siguiente ciclo electoral abre nuevamente las puertas al reciclaje de candidatos en otro partido como vientre de alquiler.

¿Es culpa de la gente? En parte sí. Pero también es consecuencia de una educación política precaria y una cultura cívica histórica que nunca se terminó de construir. No es odio. Es olvido. Y en el olvido florece la impunidad.

Domingo, 11 de mayo del 2025
Diario Correo

La política como negocio 

El 2026, será un año electoral para el Perú donde habrá elecciones presidenciales, regionales y municipales, con miles de candidatos que competirán por un cargo y 43 agrupaciones políticas intentando obtener un pedazo del poder. Pero detrás del rito democrático se esconde una realidad: la política, en nuestro país, ha dejado de ser un proyecto colectivo e ideológico y se ha transformado en un negocio rentable. ¡La política como negocio!

Charles de Gaulle, ese viejo zorro de la política francesa, decía con ironía que “para convertirse en el amo, el político se hace pasar por sirviente”. En el Perú, muchos ni siquiera se toman la molestia de disimular. La proliferación de partidos políticos, 43 inscritos de los cuales 30 habrían presentado firmas falsas, revela el rostro de una crisis de fondo: la política como negocio. 

Lo que alguna vez fueron organizaciones con ideología, bases militantes y vocación de largo plazo, hoy se han convertido en negocios electorales. Algunas nacen solo para las elecciones; otras, para cumplir favores o lavar reputaciones. Y todas, o casi todas, se aprovechan de un sistema que subsidia su existencia sin exigirles rendición de cuentas. Basta recordar las más de cinco mil firmas presuntamente falsas vinculadas al partido de Martín Vizcarra para ilustrar el descaro con que se maneja la política actual. 

¿Y el ciudadano? Es un espectador distraído mientras trabaja por su propia cuenta, consume política como entretenimiento en redes sociales, sin capacidad para discernir entre lo auténtico y oportunista. En ese ecosistema fragmentado, los políticos improvisados venden promesas a medida, al mejor estilo de un catálogo de temporada. 

El Estado, por su parte, no ha hecho más que ampliar el pastel. Hoy, un cargo público es también una puerta a jugosos presupuestos regionales o municipales. La tentación de postular no está motivada por la vocación de servicio, sino por la oportunidad de acceder a un botín administrado con escasa vigilancia. Como todo buen negocio, lo importante es estar en el momento justo, con la oferta adecuada, mientras el cliente, el votante, sigue distraído. 

Los peruanos tienen doble desafío. Por un lado, urge una reforma política que exija verdaderas credenciales democráticas para los partidos. Por otro, necesitamos ciudadanos más críticos, más informados y menos conformes con la política del mínimo esfuerzo. Porque si seguimos tratando la política como una tienda de conveniencia, no nos quejemos si los que llegan al poder actúan como dueños del negocio.

Domingo, 4 de mayo del 2025
Diario Correo

Los jóvenes quieren ir rápido

Los jóvenes quieren ir rápido 

Jorge Bergoglio, mejor conocido como el Papa Francisco, fue más que un líder religioso: fue un puente humano en un mundo cada vez más dividido. El primer Papa latinoamericano, el hombre que logró conmover al catolicismo con su sencillez y su capacidad de hablar al corazón, ya descansa en paz a los 89 años. Su legado no solo queda en la historia eclesiástica, sino también en las innumerables enseñanzas que dejó a una humanidad sedienta de empatía, solidaridad y sentido de comunidad. ¡Los jóvenes quieren ir rápido!

En su visita al Perú en 2018 —una presencia breve, pero simbólica—, dejó un mensaje que me marcó de manera especial: «Los jóvenes quieren ir rápido, pero los viejos conocen el camino.» Una frase sencilla en su forma, pero monumental en su significado. Vivimos en una época donde la inmediatez es el motor de las nuevas generaciones, donde la velocidad parece ser más importante que el rumbo, y donde la voz de los mayores a menudo es ignorada en favor de soluciones superficiales. 

Francisco entendió que el mundo moderno no solo sufre de crisis políticas o económicas, sino también de una crisis profunda de sentido y de vínculos. En medio de sociedades donde la violencia crece —como la nuestra, donde por un celular se puede arrebatar una vida— y donde la desintegración familiar ya no genera escándalo sino resignación, su llamado a reconstruir la familia como núcleo de afecto y educación fue una voz necesaria, aunque a veces incómoda. 

Cristo, recordaba Francisco, también fue un gran revolucionario. Y en ese espíritu, él mismo asumió su papado como un acto de revolución tranquila, devolviendo a la Iglesia el rostro humilde que muchos habían olvidado. Su vida de austeridad en un entorno de esplendor quizás no fue un gesto de marketing; fue coherencia. 

Hoy, que Francisco ya no está, queda preguntarnos si como sociedad seremos capaces de valorar la experiencia que tanto despreciamos. Si seremos capaces de entender que, para no perdernos en los laberintos de la desesperanza y la violencia, necesitamos mirar a los viejos que saben del camino a recorrer. 

Descansa en paz, Francisco. Tu voz sigue siendo faro para quienes aún creemos que hay caminos que valen la pena ser recorridos… aunque haya que aprender a caminar más despacio y a veces con vacíos.

Domingo, 27 de abril del 2025
Diario Correo

Asilo Político de Nadine Heredia