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¿Habrá un outsider en el 2026?

Francisco Oliveira más conocido por su nombre artístico como el payaso Tiririca es un político brasileño. En el 2010, Tiririca no tuvo mejor idea que poner como su slogan de campaña electoral: “¿Quieren saber cuál es el trabajo de un diputado? Si me votan después les cuento”. ¿Habrá un outsider en el 2026?

La figura del “outsider” político se ha convertido en un fenómeno en el ámbito político latinoamericano y mundial. A lo largo de los años, varios personajes carismáticos, excéntricos e inesperados han irrumpido en el escenario político, logrando cautivar a un electorado que parece cansado de los políticos. Desde Tiririca en Brasil hasta Javier Milei en Argentina, pasando por Donald Trump en Estados Unidos, los electores buscan preferencia por figuras que rompen el molde y ofrecen una alternativa.

En Perú, el fenómeno no es nuevo. En 1990, Alberto Fujimori sorprendió al país al ganarle a Mario Vargas Llosa, un intelectual respetado y, en teoría, el favorito de las élites. Años después, Pedro Castillo, con su sombrero y su mensaje rural, representó una opción alternativa.

Los “outsiders” despiertan un sentimiento de esperanza en un electorado que busca cambios, aunque a veces esta esperanza se convierte en decepción cuando los resultados no cumplen con las expectativas.

La creciente desconfianza hacia las élites políticas se alimenta del desencanto hacia los políticos, percibidos como corruptos e incapaces de resolver los problemas. La llegada de figuras como Trump o Milei, aunque desde contextos políticos y sociales distintos, responde a una tendencia de rechazo hacia lo ya conocido y un deseo de renovar la política con caras nuevas.

A medida que se acercan las elecciones de 2026 en Perú, surgen especulaciones sobre quién podría ser el próximo “outsider”. ¿Podría ser Carlos Álvarez, el comediante que hace pocas semanas criticó al alcalde de Huancayo en un video que se volvió viral en TikTok? En un país donde el descrédito hacia la clase política tradicional es cada vez mayor, la aparición de figuras como Álvarez podría no ser tan descabellada.

¿Habrá un outsider en el 2026? Todo apunta a que sí, pero también debemos preguntarnos si estamos dispuestos a apostar nuevamente por alguien fuera del sistema.

Domingo, 27 de octubre del 2024

La estrategia por airea y tierra

El silencio de Dina Boluarte

La presidenta Dina Boluarte ha alcanzado un nuevo hito en su gestión: más de 100 días sin contacto directo con la prensa. Desde su última aparición pública en julio, ha evitado cualquier tipo de interacción con los periodistas, un estilo que recuerda peligrosamente a su predecesor Pedro Castillo. Esta actitud de silencio, sin embargo, no es simplemente una estrategia de comunicación, es una evidencia de desconexión política. ¡El silencio de Dina Boluarte!

En cualquier democracia, los periodistas no solo cumplen con la función de informar; son también un puente entre el gobierno y la ciudadanía. No obstante, la negativa de la mandataria a entablar diálogo con los medios de comunicación plantea dudas sobre su capacidad para escuchar a la población. Evitar la prensa no solo la aísla de la gente, sino que también transmite un mensaje claro: no le interesa la percepción ciudadana.

Es cierto que los medios de comunicación pueden tener agendas propias y, en ocasiones, servir intereses particulares. Sin embargo. los políticos, especialmente aquellos en cargos de tanta responsabilidad, deben demostrar habilidad para salir de circunstancias incomodas y aprovechar el espacio mediático para conectar con la población. Es a través del diálogo —no del silencio— que se construye legitimidad. La comunicación con la prensa no es un capricho, es algo fundamental para mantener el pulso de la sociedad y para que la ciudadanía forme sus propias conclusiones.

Dina Boluarte, con sus altos niveles de desaprobación, parece no haber comprendido esta dinámica. Según la última encuesta de Datum, el 92% de los peruanos desaprueba su gestión. ¿Qué ha logrado su estrategia de silencio? Nada. Solo profundiza su aislamiento y, con ello, su falta de legitimidad.

La comunicación es esencial en política. No se puede delegar. Un gobernante puede delegar muchas tareas, pero no la comunicación. Mientras Boluarte mantenga su silencio, su gobierno seguirá perdiendo la capacidad de legitimar sus acciones ante la opinión pública. Como señala el sociólogo Dominique Wolton, informar no es lo mismo que comunicar. La comunicación implica diálogo, convivencia, escuchar a la ciudadanía. Un gobierno que no comunica es un gobierno que se encierra en sí mismo. ¡El silencio de Dina Boluarte!

Domingo, 20 de octubre del 2024

Terrorismo de imagen

El reciente concepto de “terrorismo de imagen” utilizado por la presidenta Dina Boluarte refleja no solo una preocupación por su baja aprobación, sino también una lectura parcial de la realidad política en la que se encuentra.

No cabe duda de que la prensa, con sus simpatías o intereses, puede influir en la percepción de la opinión pública de un gobierno. Sin embargo, reducir la crisis de imagen a un ataque mediático «terrorismo de imagen» es ignorar factores más profundos que determinan el rechazo hacia su gestión.

La imagen de un gobernante, como cualquier otra figura pública, no es solo el resultado de lo que se muestra ante cámaras. No se trata de un conjunto de filtros o maquillajes que se aplican para ocultar defectos o magnificar virtudes.

La imagen de un político se construye sobre pilares intangibles como la credibilidad, transparencia y confianza. Y, la confianza no se puede fingir ni construir de la noche a la mañana. Es un proceso emocional que va más allá del discurso o apariencia.

Los políticos que buscan soluciones para mejorar la percepción de su imagen deberían reflexionar sobre el origen de la desconfianza ciudadana. ¿Por qué nueve de cada diez peruanos desaprueban la gestión de Dina Boluarte? La respuesta  no radica en una campaña mediática en su contra, sino en la falta de conexión entre lo que dice y lo que hace. La credibilidad es un activo muy importante a la hora de hacer política.

La insensatez política de intentar maquillarse para las cámaras, sin reparar en las acciones que generan desconfianza, es un error común que termina por provocar  una distancia o grieta social entre el gobernante y gobernado.

El problema no es la imagen en sí, sino la falta de coherencia entre lo que se proyecta y lo que realmente en esencia es el ser. Como dice el viejo refrán, «el hábito no hace al monje». Los cambios de vestuario o cirugías estéticas no resolverán el problema de fondo: la necesidad de que los políticos recuperen su credibilidad perdida.

Al final, la ciudadanía no respalda o elige por la mejor imagen, sino por la persona en la que siente que puede confiar y gobernar en su nombre.

Domingo, 13 de octubre del 2024

Arrastre electoral o realidad artificial

Arrastre electoral o realidad artificial

En el Perú, el voto obligatorio ha creado un particular triunfo político en las elecciones, distinta a la de otros países del mundo, donde el voto es voluntario. Esta obligatoriedad genera un fenómeno conocido como «arrastre electoral», una tendencia que otorga victorias y respaldos políticos que, en muchos casos, resultan artificiales.

A diferencia de los países donde el voto es voluntario, en los que los candidatos deben movilizar a sus bases para que los apoyen, en Perú el voto obligatorio crea una ilusión de legitimidad y apoyo masivo. Muchos políticos creen que al ganar una elección es sinónimo de contar con un amplio respaldo popular, pero esta percepción es equivocada. En realidad, el electorado no siempre vota por la calidad de los candidatos, sino muchas veces en contra de lo que rechazan o desaprueban.

El ejemplo más claro de este fenómeno lo vimos en las elecciones presidenciales de 2021, cuando Pedro Castillo, candidato de Perú Libre, llegó al poder con una bancada de 37 congresistas, muchos de ellos desconocidos y sin experiencia política que actualmente solo quedan once en la bancada. Estos legisladores no fueron elegidos por su carisma o sus propuestas, sino que fueron arrastrados por la figura de Castillo y, sobre todo, por el rechazo hacia Keiko Fujimori. La votación no reflejaba una verdadera adhesión hacia ellos, sino un acto de resistencia en contra de una candidatura rival.

Este factor de arrastre electoral subraya una fragilidad en el sistema político peruano, que muchas veces se ve atrapado en la polarización y en la lógica de votar «en contra» de algo más que «a favor» de propuestas claras. La tendencia a votar en contra de lo políticamente correcto es una constante y es probable que continúe en Perú.

Para la gente que anhela a un cargo público, este fenómeno deja una lección: la ubicación en la lista electoral puede ser determinante para el éxito. Si no se tiene un puesto expectante como el número uno o dos, las probabilidades de ganar se reducen. A menos, que el candidato presidencial, gobernador o alcalde gane la elección y la lista obtenga la victoria.  

¿Qué sucede después de ganar gracias al factor de arrastre electoral? El problema es que, al no contar con una verdadera base de apoyo ni haber demostrado cualidades para el cargo, muchos de los políticos terminan enfrentándose a una falta de legitimidad y, a un rápido deterioro de su imagen y quizás debido a sus apetitos personales terminan en desgracia política. ¿Lo dudan? Solo hay que verificar dónde se encuentran los que ya ganaron una elección.

Domingo, 5 de octubre del 2024